domingo, 14 de noviembre de 2010

Luis Alberto de Cuenca: Palabras de presentación para el libro De la vida y otros ríos de Manuel Lopez Azorín


Foto: Luis Alberto de Cuenca durante su cargo de Director de la Biblioteca Nacional (de F. J. Arcenillas)


Palabras de Luis Alberto de Cuenca
en la presentación del libro De la vida y otros ríos
(Huerga y Fierro. Madrid 2003)de Manuel López Azorín.




Es una alegría para mi volver al Círculo de Bellas Artes, y es una alegría muy especial esta vez porque el motivo de mi visita es presentar un nuevo libro de mi amigo Manuel López Azorín: éste que tengo en mis manos con el manriqueño título de De la vida y otros ríos.

El itinerario de la vida de Manuel es un caminar constante de la mano de la poesía. No quiero ser demasiado prolijo en la enumeración de sus continuas acciones en pro de la misma. Señalaré que es fundador del colectivo de poesía y relato “Helicón”, que ha diseñado y llevado adelante varios programas de difusión de la poesía (entre ellos está el Centro de Estudios de la Poesía en la U. P. José Hierro) y que su trayectoria poética es muy brillante, a juzgar por los premios y galardones que ha ido recibiendo. Una vida poética, en toda la acepción del término.

Y ahora Manuel nos sorprende con este nuevo libro, en el que se planta en el filo de la vida y camina decidido por esa estrecha y acerada línea para contarnos lo que ve mientras se mueve por esa cuerda floja, usando como equilibrio la barra de la palabra.

El poeta escoge el soneto como horma de sus pensamientos que, bien templados por el traje sutil de los catorce versos, se adaptan a diversos terrenos para buscar en todas partes el sentido de la vida. Y se lanza a los cuatro puntos cardinales para encontrar la vida allí donde se encuentre y traernos su secreto ya desentrañado. Y esos cuatro puntos cardinales se llaman “De la vida”, “De los ojos”, “Del amor” y “De la duda”.


Foto: Luis Alberto de Cuenca, Manuel López Azorín y el editor Antonio Huerga

Y Manuel sabe que esa búsqueda está herida desde el principio, que desde su nacimiento se sabe que será infructuosa. Pero eso no importa, porque el poeta se debe a su peregrinar en la palabra, y su triunfo está en el mismo camino, no en ese llegar inasible que nos está vedado.

La mirada de Manuel se va posando en diversos puntos. Unas veces amplía el arco de la visión, se hace panorámica y lo abarca todo; otras reduce el ángulo y se centra en un aspecto concreto, minuciosa. Pero siempre acaba su mirada posada en nuestros ojos, interpelándonos: porque sus preguntas son las preguntas que nos atañen a todos,

Y de vez en cuando López Azorín detiene su paso, y se detiene a preguntarse sobre el sentido de su búsqueda. Necesita a veces de un descanso y un respiro, de un alto para cotejar su hoja de ruta y preguntarse por qué escribir, por qué continuar un camino que se borra a cada instante, que no admite brújulas y se ríe de las señales. Y es la propia vida quien le recuerda entonces que él es poeta y que éste es su destino; que las palabras se le agolpan en la boca y en la mente pidiendo su lugar en el mundo, y que él es su único medio para que lleguen a nosotros. Y Manuel se mira en el espejo de un verso y allí encuentra su verdadero rostro, y sabe que la poesía le marca los pasos desde las líneas de la mano.

Los cuatro apartados me llaman, cada uno con su tonalidad distinta, con su afinación en diversos modos. El soneto es el instrumento —algunas veces pulsado con un plectro diferente, en los pocos poemas que no son sonetos—, pero la clave y el tono cambian según la dirección que se haya escogido. Como dije, todos me llegan con su música contenidamente triste. Pero si hubiera de quedarme con algún apartado, posiblemente escogería el último “De la duda”.

Quizá es mi talante, mi disposición actual la que me hace más proclive a afinar con esos sones. La cuestión es que mis ojos, tras posarse en las consideraciones manriqueñas de la primera parte, en los llantos liberadores de la segunda y en los besos salvadores de la tercera, se quedan imantados en la cuarta, impulsados por la fuerza que van cogiendo al ascender a la montaña de los pensamientos de Manuel López Azorín. Y ahí se quedan mis ojos engolfados, atrapados por el magnetismo de este laberinto de duda, por ese jardín de senderos que se bifurcan, y se retuercen, y vuelven sobre sus pasos, y al final estamos en el lugar del que habíamos salido, sólo que más aturdidos y más cansados y más viejos; y el sentido de la vida que se nos escapa por segundos, y se ríe en la cara de nuestro pensamiento burlado.



Y al final del libro, para salir del trance —o intentarlo—, ese poema de “La casa del olvido” que espero que Manuel haya escogido para su lectura, en el que se centra sobre el hecho de escribir, ese asunto que nos atormenta desde el envés de cada una de las palabras que escribimos.

No quiero robarle más tiempo a la lectura de Manuel. Estoy tan ansioso como ustedes por escuchar en la propia voz del poeta las palabras que ya he escuchado, internamente, en mi lectura personal. Sólo agradecerte, Manuel, que nos hayas regalado este itinerario de pensamientos que van naciendo a la orilla de la vida, impregnados de ella; este puñado de poemas que es un arroyo fresco en el que saciamos nuestra sed de poesía a la vez que vemos nuestro propio rostro reflejado en sus aguas.
LUIS ALBERTO DE CUENCA
Madrid, 2 de abril de 2003.





Luis Alberto de Cuenca y Prado (Madrid, 29 de diciembre de 1950) es filólogo, poeta, traductor y ensayista.

Casado en terceras nupcias con Alicia Mariño desde 2000, tiene dos hijos: Álvaro (1976) e Inés (1989). Interrumpió los estudios de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en Filología Clásica en 1973 en la Universidad Autónoma de Madrid. En 1976 obtiene el grado de Doctor en Filología clásica. Ha sido director del Instituto de Filología del CSIC y de la Biblioteca Nacional de España, así como Secretario de Estado de Cultura durante el gobierno de José María Aznar. De su actuación en este cargo cabe sobre todo destacar la puesta en marcha de la llamada "BLU" ("Biblioteca de Literatura Universal", creada sobre el modelo de la célebre colección de clásicos franceses "La Pléyade"), y la estimación del gremio de historietistas para la Medalla al Mérito en las Bellas Artes. Ha traducido, entre otros, a Homero, Eurípides, Calímaco, Charles Nodier y Gérard de Nerval. En 1987 obtuvo el Premio Nacional de Traducción por su versión del Cantar de Valtario. Parte de su obra ha sido traducida al francés, alemán, italiano, inglés y búlgaro.

En 2010 fue elegido académico de número de la Real Academia de la Historia.


Desde Los retratos(1971, hasta su último libro hasta la fecha,El reino blanco (2010), su obra poética suma con las antología, más de cuarenta publicaciones, entre otros cabe de destacar una primera etapa con poemarios como Elsinore(1972), Scholia (1978)Necrofilia (1983) y Breviora(1984). En su poesía se funden el estudioso y el creador, sin que ninguna de las dos facetas corrompa a la otra.

Es con el poemario La caja de plata (1985) que inicia una nueva etapa donde la poesía transcendental convive con lo cotidiano, con libros como Nausicas,(1991), El hacha y la rosa (1993), Animales donmésticos (1995), Por fuertes y fronteras (1996), Sin miedo ni esperanza (2002), Ahora y siempre (2004) y La vida en llamas (2006),

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