domingo, 20 de septiembre de 2015

Lectura de Manuel López Azorín en la Sala Trovador, presentado por Ángela Reyes




Lectura de Manuel López Azorín en la Sala Trovador, 
presentado por Ángela Reyes (8 de abril de 2015) en 
LAS TARDES DE PROMETEO.













TARDES DE PROMETEO
Sesión 1.789
CICLO NUESTROS ESCRITORES:
MANUEL LÓPEZ AZORÍN


El último sonido llega y pasa, /  luego todo es silencio, / la música callada, detenida, / el tiempo ya sin tiempo.// (Y llegan los violines con su canto / abriendo luces, huecos) // La química del agua, / del aire, tierra, fuego.../ El hálito, el pulso en esta tarde / meciéndose en el viento...// (Y llegan los violines con sus cantos / de música y silencio).// Es el único ritmo / que marca el universo./ El último sonido /nos llegan sin palabras, en silencio, /se  aloja entre nosotros.../ Y nos escribe el verso.” Estos versos corresponden Libro del desconcierto (2001), de MANUEL LÓPEZ AZORÍN, y los he elegidos para saludarle y darle la  bienvenida a esta tertulia.


Nace en Moratalla (Murcia). Se matricula en 1978 en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, y desde hace años reside en San Sebastián de los Reyes donde realiza una gran actividad literaria. Aquí funda el Colectivo Helicón de Poesía. También  dirige y presenta en Canal Norte de TV Tertulias de Autor, pone en marcha y dirige el Centro de Estudios de la Poesía (CEP) en la Universidad Popular "José Hierro" de San Sebastián de los Reyes, crea la revista Poesía en la diana, escribe guiones cortos sobre Claudio Rodríguez, José Hierro, Rafael Morales y Rafael Montesinos. Ha publicado una doce  poemarios y cuenta con otra docena de premios entre los que destaco el Zenobia (1993), el accésit al Joaquín Benito de Lucas (1997), el Rafael Morales (2000).

Con este apunte nos damos cuenta de que estamos ante un hombre que no solo   desarrolla una gran actividad literaria sino que también lleva años dedicándose a la poesía de los demás. López Azorín es una puerta grande y siempre abierta por donde han pasado muchos poetas amigos unos y, otros, desconocidos. Él es el eslabón que tanto se precisa en el difícil mundo de la literatura a la ahora de acceder a un micrófono para leer unos versos o publicar en la página de una revista que permita colocar un poema.

Decía Salvador Pérez Valiente, otro poeta murciano, de Fortuna, que: “el poema tenía que doler a la hora de escribirse”. En los poemarios de López Azorín están registradas todas casi todas las emociones humanas porque sus versos fueron escritos a golpe de dolor, a golpe de amor, de miedo, de vértigo, de desilusión, de esperanza. En ellos vive el hombre que sufre y calla, el hombre culto, paciente y, al mismo tiempo, el luchador que al fin de la batalla se sienta a reflexionar sobre el comportamiento humano y se pregunta: ¿Qué animal es el hombre que amamanta / el instinto animal en los despachos de la sangre? (La ceniza y la espuma, 2008).




Él también nos dice que El hombre es la ceniza. Esto es: la ceniza o lo que queda de nosotros cuando las brasas se apagan tras el paso de los años. Todos, a cierta edad,  pensamos en el reguero de brasas que en el camino fuimos dejando. El poeta, además de pensarlo, lo escribe y al escribirlo vuelve a gozar y a padecer la historia ya pasada, porque si recordar es volver a vivir, el hombre que lleva dentro a un poeta sabe que recordar, en muchas ocasiones, es volver a sufrir.
 
Por la poesía de López Azorín transcurre su vida una vez y otra, cada verso deja en el papel penumbras y alegrías que no acaban de borrarse. Cosa lógica, porque, ¿cómo se borra de la memoria el surco que deja el amor? ¿Quién puede borrar el rastro de  dolor que queda tras la muerte de uno de los nuestros? Nadie puede borrar los recuerdos de la infancia o de aquella casa de la niñez donde había, según nos dice el poeta, techos interminables / (para un niño) / y débiles bombillas,/ dejaban en la noche su luz amarillenta / por las paredes turbias de abandono. (Libro del Desconcierto). 
En la mayoría de sus poemarios aparece como figura central la Vida. Tanto la  propia como la vida en general, unida al aluvión de circunstancias positivas y negativas que pasan arrasando cuanto se le pone por medio. De la vida: fémina dura y tan variable, nos habla López Azorín en la mayoría de sus poemarios. Unas veces con amor, a pesar del trabajo que cuesta vivirla y, otras, con miedo sabiendo por experiencia propia la rapidez con que puede abandonarnos. Y así lo dice en su poema: Para morir / no es necesario / detener el latido / ni regresar, al barro, al agua, al aire, / a la ceniza.// Para morir basta solo un instante/ un momento sin tiempo. (Libro del Desconcierto) 

  Y porque la vida se aleja, el poeta vuelve la cabeza y busca en sus huellas lo que un día fue o lo que le dejaron ser o lo que soñó con ser. López Azorín tiene su pluma dedicada al recuerdo, y su recuerdo es un romboide de muchas caras. A cada una de ellas él le tiene escritos sus poemas con sabor agridulce unas veces; con ironía otras, pero siempre con la ilusión de poder creer en el Hombre. De ello dan fe la mayoría de sus poemarios, pero sobre todo Vértigo y La ceniza y la espuma. En ambos libros hay un deseo expreso de acabar con una situación ensombrecida y alcanzar la luz. En ambos hay sueños cumplidos y sueños que se quedaron aparcados a la vera del camino. Tantos sueños hay en estos dos poemarios que el poeta los tiene de varias clases: como sueños  que liberan, sueños alimenticios, sueños minúsculos, también los tiene despedazados, sueños que alegran la vida o que pueden llenarla de oscuridades. En ambos poemarios hay cuerpos que, como las casas, se derrumban cuando las vigas ya no los sostienen. Y hay música que proviene de un piano, de una flauta o de violines alados, como estos versos mágicos de su libro Vértigo:  


(...) Soplé la flauta mágica del viento, / del pecho, la garganta.../ y por casualidad -de vez en cuando- / surgieron las palabras.// Mas, no formaron ríos ni se hicieron / voces llenas de agua.// Me fui quedando en aire y ahora callo / enmudecida el alma.// Solo rocé las sílabas y siento / que no puedo abrazarlas.”


Madrid, abril, 2015   Ángela Reyes. 








Ángela Reyes  (Jimena de la Frontera, Cádiz 1946) es una poeta y narradora dedicada desde 1980 a la creación literaria y a la promoción cultural junto a su marido Juan Ruiz de Torres.
En 1980 fue cofundadora junto con Juan Ruiz de Torres, de la Asociación Prometeo de Poesía (Madrid), y desde 1994 pertenece al Patronato y es Secretaria General de la Comisión Delegada. Ha coordinado la organización de la Escuela de Poesía de Madrid y varios encuentros nacionales e internacionales de poesía en Madrid y otros lugares. Otras iniciativas cofundadas con su esposo son la Asociación "El Foro de la Encina", la Orden de la Encina del Mérito Poético, la Academia Iberoamericana de Poesía y la "Casa del Tiempo" (biblioteca y foro cultural). 
Su primer libro de poemas lo publicó en 1981 Amaranto Colección Poesía APP, Madrid, el último publicado  hasta la fecha: Fantasmas de mi infancia. Huerga y Fierro , Madrid, 2011
 Se aprecia en su poesía la inquietud por problemas de este mundo cuya solución se queda a medio camino. Sin ser una poesía puramente social, se aleja del intimismo y toca temas relacionados con la otredad.
Tras el fallecimiento de Juan Ruiz de Torres, Ángela Reyes ha tomado el testigo y se encarga de conducir las TARDES DE PROMETEO con dos especificos fines: Continuar Fomentando y difundiendo las actividades literarias: narrativa y poesía y preservar en estoas tardes de Prometeo la memoria de su marido Juan Ruiz de Torres.