miércoles, 23 de junio de 2010

RESEÑA de Pascual Izquierdo sobre "La ceniza y la espuma" de Manuel López Azorín


Fotografía de Pascual Izquierdo

Reseña de Pascual Izquierdo publicada en el nº 89-90 de la revista TURIA. Marzo-mayo 2009

LA CENIZA Y LA ESPUMA
Manuel López Azorín, Sial/Fugger Poesía, Madrid, 2008

Pascual Izquierdo
La ceniza y la espuma, se enmarca en la trayectoria poética recorrida por Manuel López Azorín, que se inició con Marasmo en el año 1986 y marcó el último peldaño evolutivo en 2003 con De la vida y otros ríos. Hitos destacados son, en mi opinión, El libro del desconcierto (1999) y el ya citado De la vida y otros ríos. En el primero, el poeta conjuga, con hondura de lenguaje y melancolía reflexiva, los modos verbales de una vida que se siente especialmente marcada por eso tan sutil y fugaz que hemos convenido en llamar tiempo. En De la vida y otros ríos, Manuel López Azorín utiliza el recurso a la poesía como profesión de fe, como válvula de escape, como fórmula de conocimiento, como elemento de salvación personal y como forma de luchar contra el olvido.
Ahora, en este libro, nos encontramos ante una nueva página en el discurso poético de nuestro autor. La de quien reflexiona sobre el ser humano y sus conductas. Y la de quien, armado con un verso esculpido hasta casi la desnudez, censura actitudes y comportamientos.

En el “Prólogo” se pone de manifiesto el contraste existente entre el sueño luminoso que llena de flores y risa la superficie de las cosas, y el dolor y la oscuridad que constituyen los ingredientes principales de la ceniza, ingredientes que forman el barro del que están hechos los hombres y el polvo de las sendas que transitan.

En la primera parte, titulada “El golpe que no esperas” nos encontramos con un conjunto de reflexiones, algunas presentadas como fábulas morales, que resucitan experiencias y páginas de vida, y censuran comportamientos. Se diría que habla un hombre cuyo corazón ha sido depurado por el tiempo y, así, desde el púlpito de los años vividos, recuerda y avisa, rememora y corrige. Sin acritud o ira, sólo provisto de una sabiduría de raíz senequista que se ha ido formando con el desengaño y la búsqueda de afecto, con el cultivo de los sueños personales y el alumbramiento de las luces propias, esas luces que conforman nuestro íntimo universo de destellos.

A modo de retablo virtuoso, el poeta desgrana un abanico de consejos: frente a la mezquindad y la furia, la sabiduría del distanciamiento; frente a los deseos de venganza, la generosidad ilimitada de los besos; frente al fuego de la ira, las lágrimas de un río que brota del sosiego; frente a la ambición desmedida que compra voluntades y objetos, la no aceptación de la dádiva capaz de someter la libertad del albedrío; frente a la hipocresía que esconde metales en los ojos y puñales en la voz, la deambulación equilibrada por el alambre de los límites.

Suena un eco de denuncia en los poemas, pero es un eco distanciado por la serenidad moral y el equilibrio reflexivo de quien ha salido indemne del abismo y sus vértigos. Y, así, se censuran comportamientos y actitudes desde el sereno pedestal que soporta la figura de quien, humilde y descarnado, sólo se sabe poseedor del tesoro de ser íntegro y dueño del mayor de los bienes posibles: el del corazón abierto al amor, la amistad y los versos.

En la segunda parte del libro, que se abre con el título “Metáforas de vida”, se acentúa el tono de denuncia, pero ahora centrado en un campo semántico concreto: el ocupado por quienes utilizan la palabra bien para expresarse o bien como herramienta para conseguir sus objetivos. Y así, el poeta arremete contra los que se apropian de las sílabas de la tribu y de las posibilidades que ofrecen; contra los que conspiran al amparo de los grandes nombres de la literatura para ocupar, tras su desaparición, la parcela de poder que ellos detentaban; contra los que adulan en los escaparates, a la espera de los beneficios que pueda reportar el incienso; contra los que se agrupan en camarillas y cenáculos y dilapidan su creatividad en estériles enfrentamientos; contra los que pisotean el edificio que construye la luna en los espejos del agua; contra los que acechan en la sombra para hacerse con los despojos del verbo; contra los que se nutren de las palabras putrefactas y las glorias marchitas.
Frente a este muestrario de actitudes censurables, el poeta propone como antídoto el regreso a esa poesía que surge “en la soledad de lo más hondo” y donde “una fiebre de miel me florece palabras”.

Frente a las asechanzas de los que se alimentan de cadáveres, surgen los “relámpagos de luz” que dibuja la poesía.
En la tercera parte del libro, el poeta se aferra a las múltiples manifestaciones de la espuma con objeto de escapar de los peligros que presenta la ceniza. Y así, arrastrado por un júbilo total, afirma que “germinará de nuevo el sentido sagrado de las cosas” mientras llega una nueva siembra que deberá fructificar en un reparto para todos. Todo para recrear y fortalecer los principios fundacionales de la naturaleza y del amor.

El epílogo se manifiesta como una reflexión que analiza el presente con serena claridad: la que permite examinar el interior de las estancias con una mirada de misericordia capaz de olvidar las miserias y obrar el prodigio de la espuma, el sueño de la transformación.

Sobre el espesor de la ceniza aletea el milagro de la espuma. Sobre la certeza de la realidad se eleva el sueño de la imaginación. El polvo, el barro, el dolor y la ceniza son aventados por el soplo de una espuma soñadora, por el verso vivificador y consciente que nace fecundado por la “sangre ardorosamente llena de sueños libres y caballos dulces”.
Manuel López Azorín ha engarzado en estos poemas un hondo ejercicio reflexivo y lírico sobre el hombre, sobre ese edificio temporal que se construye con gozo, dolor y sentimiento. Un edificio de tiempo que atesora en la memoria una gran carga de cicatrices y afectos. Y que muestra en sus actos, como si estuviera iluminado por un haz de destellos, el tesoro de la luz, el fulgor de la altura, el don de la ebriedad en las palabras, el milagro de los días y las noches sin tiempo.

Pascual Izquierdo

Pascual Izquierdo es filólogo,escritor y poeta. Como poeta ha publicado los poemarios La exactitud de las catedrales (1974),Retrospección y apocalipsis en la tierra castellana (1980), Cisne y telaraña (1985), En este fin de siglo (1990, Versos de luna y polen (1992), Pasillo para aguas, aves y vientos (1993) y Del otoño tardío (2005). Es también autor de libros de viajes y de ediciones críticas de Bécquer, Clarín y Galdós, en Ediciones Cátedra.

No hay comentarios: