miércoles, 17 de abril de 2013

El Argonauta(1º de 4), Francisco Caro y el Romancero Flamenco de Manuel López Azorín




El Argonauta es la librería de la música en Madrid y allí presentamos el 20 de Marzo de 2013 mi poemario Romancero flamenco La presentación corrió a cargo del poeta Francisco Caro y El Argonauta elaboró este video y el siguiente texto: 

Esta es la 1ª parte del video por si os apetece verlo: 





Texto elaborado por El Argonauta para este video:
"Primera parte de la presentación que hicimos en El Argonauta (www.elargonauta.com), del libro Romancero flamenco escrito por el poeta Manuel López Azorín y publicado por Eirene Editorial (www.eireneditorial.com) En esta parte el también poeta Francisco Caro nos presenta al autor, sus características, sus pulsiones y nos ayuda a entender el porqué de un Romancero como el que presentamos." 
Gracias a la Librería El Argonauta.

Si queréis leer la presentación de Francisco Caro, hermosa presentación que le agradecí personalmente, agradecimiento que reitero en esta página. Aquí os la dejo:

Un poeta claro

(Presentación de Romancero Flamenco de Manuel López Azorín. 20 de marzo de 2013)

Francisco Caro


Si toda obra poética, según dicen, es la expresión de un paisaje, si todo hombre, según se ha escrito, es fundamentalmente un paisaje, no es difícil deducir que si ambos paisajes coinciden es que estamos hablando de un hombre y de una obra con el mismo nivel de autenticidad. La escritura es entonces una clara, fiel traslación de lo vivido, de lo sentido, del humano territorio que los sustenta  Digamos pronto que todo esto me acude cada vez que repaso, que releo, la obra de Manuel López Azorín. Obra y persona coinciden en el poeta. Manolo es un poeta claro, comprometido en su voz con el hombre, con ese horizonte de espuma que es el hombre. Intimo y rebelde, consciente de que su poesía no es sino un dialogo del hombre, uno siempre, consigo mismo, del hombre con los demás y la necesidad de que ese diálogo se establezca desde la misma claridad sencilla que posee un vaso de agua.

                              Manuel López Azorín y Francisco Caro leyendo su presentacíon
 (la fotos de Mari Carmen, su mujer)

Y me atrevo a lo del vaso de agua porque es una imagen de Claudio Rodríguez que me ha llegado a través suyo. No sería el poeta que es Manolo López Azorín si no hubiera gozado la amistad personal y el contacto poético con dos de los grandes. Con Claudio y con Pepe Hierro. De cuyo trato hizo inteligente aprendizaje, de cuyo trato supo lo que de trascendente y no trascendente tiene la poesía, de su enorme capacidad para transitar emociones, de la humildad con la que hay que recorrerla. Y del imperativo moral -para aquellos que la visitan- de respetarla, de vapulearla, de ponerse a su servicio. Eso, todos los sabemos, fue lo que hizo Manuel durante tantos años en su tertulias de Sanse y Alcobendas. Por eso entendimos su dolor cuando algo o alguien, sin entender nada, logró que el caudal dejara de fluir por un cauce tan bien abierto. Fue en aquellos años cuando yo lo conocí. Un periodo de reajuste físico, emocional y poético del que surgiría La ceniza y la espuma. Un libro muy parecido al paisaje de trigos que rebrotan con las lluvias de abril tras meses de sequía. Un paisaje de trigos que preguntan.




Después nació Sólo la luz alumbra, ese corpus poético con ansia retrospectiva, en donde los azules afectos, los imperfectos ojos y pretéritos, los ríos y babeles, el marasmo y el vértigo de amar, de que se nutren sus libros anteriores, se conciertan y aúnan para dar sentido a su última entrega, esa intención de desbrozar el camino a los jóvenes poetas, a librarlos de las trampas del oficio, de sus asperezas. Con la intención de Rilke, como un nuevo Boccaccio de Certaldo redivivo, se apresura a la cita con aquellos que siente la devoción de fijar el instante de la herida, esa indecible certeza que algunos convienen en llamar poesía. Ese fulgor que ilumina y salva. Así es Manuel, profesor y discípulo a un tiempo. Ese es el paisaje del que hablábamos. Paisaje donde ha crecido un nuevo árbol.

Un árbol que ahonda sus raíces, él mismo lo resuelve en un prólogo a las claras, en el recuerdo exacto de su padre. En el recuerdo de una época que halló refugio en el mismo lugar en que los humillados lo habían encontrado durante tanto tiempo. En el cante, en las coplas anónimas del cante. En la verdad y el dolor de los cantes del pueblo. Y quiso Manuel hacer de aquel hombre y aquel tiempo paisaje escrito. Así nos dice que nació Romancero flamenco. Ha 20 años. Un libro original en este momento de poesía bastarda en que vivimos, de poesía fusión, paradójica y suburbial, dicho sea con el mismo cariño con que lo dice Fernández Mallo. ¿O no es original utilizar la forma canónica del romance en estos tiempos que agotan? Tal vez Manolo recordase a su maestro Pepe Hierro cuando decía que es el ritmo, la cadencia quien convierte la información en persuasión, quien trama la identidad del poema. Porque ¿cómo contar y sentir el flamenco sin instalarse en su música natural? Romance y copla son aires octosilábicos, canción, son el compás intuitivo del pueblo. 


Sabe que el romance está hecho para ser declamado, proclamado. El romance busca en la oralidad su decisión de ser. Un romance es una ecuación sostenida por esa minúscula elegancia, ese detalle que llamamos asonancia. Eso también lo sabe el pueblo: no encontraréis un solo ripio en las coplas que nacen de él, de su intuición, de su amor y su dolor:

Mi madre me lo decía // y ella nunca me engañó:
el que le roba a los pobres // no tiene perdón de Dios.

Y el cante flamenco, que nace del vientre mismísimo de la intimidad, busca ser dicho, compartido, representado, gritado... No puede ni quiere ser goce solitario. Por eso mismo este Romancero 
Flamenco, que es a la vez un cancionero, no podía ni debía quedar oculto. Ha hecho bien el poeta en aventarlo. Tanto como generosa, y de buen ojo, la decisión de las gentes de Eirene Editorial en querer publicarlo. Es un escalón más en el esfuerzo de los creadores literarios por unirse a lo que nace del pueblo. Como en Augusto Ferrán (el amigo de Bécquer), como en Manuel Machado, como en Rafael Montesinos, el mayor premio para Manolo sería que alguna de las soleares que nos ofrece pasara al cante sin memoria de autor.



Entre el púbico asistente: el poeta Juan Ruiz de Torres, Marisa Calvo (viuda de Rafael Montesinos)
Lola de la Serna, mi mujer, Marian Hierro, Javier Rodríguez del Barrio y Belén, y los jóvenes poetas  álvaro Gómez,
Victor Sierra Matute, Sesi García, y David Morello.


Porque este Romancero Flamenco es también un cancionero, una propuesta de coplas. Tras cada romance aparecen de forma irremediable, bien para reforzar su contenido, bien como propuesta de alma flamenca, letras que piden ser cantadas, como muy bien ha observado Manuel Ríos Ruiz, así dice:

Risa y cante al mismo tiempo, // quejío que es siempre vida // con alegría y lamento.

Manolo sabe lo amplio y etéreo del flamenco y su mundo, por eso ha querido fijar su mirada en focos concretos, así el lector necesario encontrará pinceladas de su historia a lo largo del XVIII y XIX, de cuanto debe el flamenco a lo gitano, y de Camarón como su último mito; los ecos de sus diversos palos, la esencia de un cante que nace de la desolación más íntima, de la queja del llanto y hace de ello un signo de alegría, si no de júbilo. Sabrá el lector que el cante flamenco no siempre ha sido admitido en la Galería de Uffizi; que su origen marginal le ha procurado detractores, como se los ha procurado el hecho de que en un momento fuese asimilado con el ocio de los señoritos. Encontrará romances donde se cuenta la tabla de salvación, la cuerda de nudos, que Lorca y Falla le procuraron para que se alzara de las catacumbas. Federico, siempre Federico. Como hallará el paisaje de la guitarra y el baile, los dos hermanos del cante. Así dice

El cuerpo entregado al baile,
forma cuerpo en la madera
y allí repica la vida,
con un clamor que destella.
Se hace tan denso el silencio
cuando lo pies taconean,
cuando callan las guitarras,
cuando el cuerpo se cimbrea,
cuando las manos se baten
con el aire y aletean..  

Hay también un homenaje a la Seguiriya como cante fundamental, como símbolo del quejío, del desconsuelo, de la amargura que la humillación de siglos ha dejado por siempre en la garganta, como cuchillos clavados que hieren si se silencian, dicho con palabras de Manuel. Y que si me es permitido, el presentador dice aquí que éste es el romance que más le ha impresionado y que lo leído una, dos, más de tres veces en voz alta. Por que el romance está hecho, recuerden, para ser pregonado, para ser compartido con el yo machadiano que va siempre en nosotros. También con ese yo, enemigo necesario, que son los otros dicho en términos sartrianos.


Con todos, para todos está hecho este Romancero flamenco por uno de nuestros poetas más sabio y más claro. Un libro del que algunos lectores han dicho que es intemporal y hermoso, reivindicativo y noble, de íntimo desgarro, de lograda naturalidad. Con ellos estoy de acuerdo. Por eso  quiero que valga como final. Como lugar donde el paisaje encuentra su horizonte. Gracias Manuel López Azorín.  



Francisco Caro: 

manchego nacido en Piedrabuena (Ciudad Real), dice que llegó a la poesía como la primavera a Soria, tarde. Luego comprobó que es un mal endémico, actual,  en cualquier caso lamenta el tiempo que pasó sin escribir. En estos últimos años ha publicado Salvo de ti (Vitruvio 2006), Mientras la luz (Ciudad Real, 2007), Las sílabas de la noche (Valdepeñas, 2008), Lecciones de cosas (Zaragoza, 2008), Calygrafías (Gijón, 2010), Paisaje en tercera persona (Colección Literaria Universidad Popular. Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2010) Sus poemas han sido estimados  y reconocidos en diversos certámenes y, entre otros,  lleva consigo los premios Juan AlcaideCiudad de ZaragozaTomás MoralesAteneo JovellanosCiudad de Alcalá y Premio Nacional de Poesía José Hierro. Francisco Caro tiene un blog que yo considero importante y de interés para todos los que gusten de la poesía, del que os dejo enlace por si queréis entrar en él: Mientras la luz

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